martes, 3 de septiembre de 2013

DEL LLANTO AL CONSUELO

H. y yo habitualmente vivimos solas. Compartimos y negociamos nuestro espacio, nuestro tiempo. Lo compartido y lo concedido. No ha sido fácil encontrar la medida en la que ambas nos sentimos cómodas. Ni siquiera afirmo que sea algo estable. Es algo en lo que ya conocemos nuestro margen de maniobra. A veces, ese equilibrio de márgenes conocidos recibe visitas y no siempre resulta fácil adaptarse a los cambios.

En estos días nos visitan los abuelos. Veo a mis padres dos veces al año, todo el tiempo que puedo en esos dos períodos, un tiempo que siempre me sabe a poco. Sé que es lo que elegí. Irme lejos de casa y eso ha tenido muchas ganancias. No por alejarme del lugar en el que estaba (y en el que era feliz) sino porque las posibilidades de esa felicidad eran muchas más, estaban en muchas otras cosas. Lo sé, incluso lo celebro. Otra cosa, es el precio.

El precio tiene que ver con el tiempo, que pasa. Les echo de menos. Sí, mucho, por eso disfruto tanto de sus visitas. Y les dedico tiempo y les cuido y una parte de mi atención hacia H. se distrae en ellos. Ella lo lleva fatal.

A H. le cuesta compartir mi atención y creo que hace esfuerzos importantes por llevarlo bien, cada día mejor, durante períodos cortos. Sin embargo, compartir todo el tiempo, convivir día tras día con dos personas que le restan mi atención, es una prueba de hierro. Y le está costando.

En estos días H. está irritable, frágil emocionalmente y con una frecuencia inusual llora por las cosas más nimias. Llora sintiéndose desatendida, cuestionada, abandonada frente a otros y es que H. es así de intensa. O estás conmigo o estás contra mi.

 Y así, llorando, la he dejado un par de veces.  Voy un ratito después a consolarla y acompañarla en el camino de regreso. Porque H. se va llorando y corriendo -emocionalmente hablando- y luego,... sigue llorando, porque aunque quiere, no sabe volver.

Cuando H. llegó a mi vida tenía pocas rabietas pero las que tuvo fueron intensas. Al principio, yo sin querer, las alimentaba, esperando una calma que ella no sabía conseguir sola. Todo, hasta que descubrí que sólo se calmaba cuando yo iba a su lado y la consolaba. Ella rápidamente había elaborado la situación y la entendía, pero no sabía "recomponerla". Empezaba llorando por una cosa y, lista como es, la podía resolver, entender, manejar emocionalmente con éxito, pero luego lloraba por haberse perdido, ya que no sabía volver. 

Cuando unos minutos después acudo a buscarla, me recibe llorando pero el motivo ya es otro. Siempre me cuenta que está "perdida", que reconoce sus fallos y no sabe cómo remediarlos. No pasa nada, le dijo. Ya lo tienes claro, eres una chica lista. Eso es una alegría. Mamá te acompañará. Podemos regresar juntas. Y siempre pasa que esa certeza, trae la calma.

Creo que el que los niños lloren es inevitable. Que no nos complazcan en todo, suele generar malestar y no está mal sentirlo y aprender a manejarlo. No está mal que a veces se frustren nuestros deseos y lloremos de rabia. Sin embargo, ningún niño debe llorar indefinidamente. No deben llorar de más y, al "más" se llega rápido. Los niños necesitan consuelo y éste debe llegar más temprano que tarde. Debe siempre llegar pronto. 

Y somos los adultos los que tenemos la obligación de proporcionárselo. Para eso hace falta calma frente a su llanto, aunque este nos irrite. Los adultos somos nosotros y la obligación de mantener la calma, es nuestra. A nosotros corresponde enseñarles el camino de regreso. 

No hay lágrimas que merezcan ser compañía permanente. Algunas, sólo música de fondo. Y es que esta versión me emociona.

4 comentarios:

  1. Este parrafo tuyo describe a mi hija muy bien.
    En estos días L. está irritable, frágil emocionalmente y con una frecuencia inusual llora por las cosas más nimias. Llora sintiéndose desatendida, cuestionada, abandonada frente a otros y es que L. es así de intensa. O estás conmigo o estás contra mi.
    Confio que con el tiempo sepan que las queremos de manera incondicional y consigan relajarse con ese tema. ¿Tendra que ver con la herida primaria que comenta Nancy Verrier? no me he leído su libro, pero si algunos parrafos que han ido colgando. Ahora pensando, creo que no conozco niñ@s biológic@s que se sientan así. No sé...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tampoco he leido el libro de Nancy Verrier así que no puedo opinar. Yo creo que ciertamente esa ausencia inicial te marca. Y creo también que cuesta ponerse en el lugar de esa ausencia si no la has experimentado. Supongo que niños biológicos expuestos a situaciones de desatención o maltrato pueden experimentar situaciones similares pero mucho más masivas en significado. Nuestras hijas, tras el abandono, han encontrado un refugio que temen perder y como conocen lo que significa la ausencia, tienen miedo y se defienden como saben. Los niños biológicos, expuestos a estas situaciones de violencia por acción u omisión, tienen una actitud más pasiva, de desesperanza. No luchan. No confían ni en ellos, ni en los otros. Como con muchas otras cosas, y no sé si de manera equivocada, creo que no se trata sólo del amor incondicional que sentimos, sino de generar en ellas esa certeza, la seguridad de ser merecedoras de ese amor y de ser tan valiosas para nosotras que nada puede poner en peligro la fortaleza de ese vinculo. No sólo es nuestro amor, es el valor de su ser, que nos lo inspira.

      Eliminar
  2. Que lloren, que aprendan a llorar y nosotras cerca para aprendan que si hay alguien que les va a consolar y a cuidar, porque si son importantes y porque les Queremos. Y lloran y ahí estamos y les ensañamos a volver, porque tienen a donde volver. Mi hija necesitó tiempo para aprender a llorar. ¿para qué llorar si sabes que a nadie de nadie le importa ?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad, es esencial en la fortaleza emocional de todos, el saber que tenemos alguien con quien contar, alguien que nos acompañará siempre porque le importamos y eso que a menudo nos parece obvio no siempre es cierto y sobretodo no basta con que exista sino que tiene que hacerse sentir!

      Eliminar