En unos días finalizará la jornada laboral continua que hago durante los meses de verano. En unos días, no sé cuantos, comenzará a refrescar el tiempo. Mucho tardó en llegar el sol y el calor, pero también mucho se está quedando. Hemos iniciado el curso escolar. Los amigos ya hablan de ir a la Sierra a recoger castañas. En unas horas celebraremos el equinoccio de otoño en este lado del mundo. Hemos regresado esta semana de las vacaciones tardías. Sí, cambia, todo cambia.
Quizás por esa serie de cambios regulares yo hago mi particular recuento de logros veraniegos.
No ha sido el más intenso, ni el más disfrutado de mis veranos pero con haberlo sobrevivido con bienestar, nos damos por satisfechos. Importante ese ejercicio de darse cuenta de las cosas que se tienen y no sólo de aquellas que están ausentes.
Me quedo con dos.
Primero, he vuelto a disfrutar de la cotidianidad de los días con mis padres. Y sigue siendo tan significativo para mi. Al hacerlo vivo dos procesos, les hago participes de mi mundo, de las cosas y las gentes que me acompañan, que me alimentan, les muestro mi vida, una vida que tiene mucho de lo que ellos posibilitaron. Intento devolverles la tranquilidad de mi bienestar, a ellos; que tanto han tenido que padecer mi lejanía física. Y, al hacerlo, también me descubro en ellos, reconozco cuantas cosas en mi les pertecen en origen. El gusto por el hogar, la bienvenida a los amigos, las madrugadas para salir a vivir, el irnos pronto a la cama, el amor por la naturaleza y las cosas sencillas...veo mi huella genética y me provoca ternura. Algunas cosas hacen incierto el futuro de los siguientes encuentros y, cada uno a su manera, busca formulas emocionales para garantizarlos. Cuando los planes de verse otra vez son inciertos, ayuda hacer promesas, porque hay que mantener viva la llama de la esperanza.
Segundo, le hemos ganado la batalla a los problemas de Matemáticas. H. terminó el curso escolar con la certeza (ella siempre es una mujer de certezas) de que ella, para los problemas, no servía. Y, cierto era, porque ni siquiera lo intentaba. Simplemente veía el enunciado y lo siguiente era echar a cara o cruz la respuesta. Tras los primeros fracasos en el razonamiento asumió (decidió) que eso no era para ella y se rindió. Vivimos de las rentas del primer trimestre y así aprobamos Mates pero por los pelos. Esto tenía mal pronóstico. Y digo tenía porque a fuerza de practicar problemas, acompañarla en el razonamiento, resolver adecuadamente los primeros y REFORZAR hasta la saciedad esos logros, ahora ya sabe que puede.
Y el reforzar va en mayúsculas porque he ido un paso más allá de lo habitual.
Como su discurso era tan intensamente negativo, a medida que hemos ido teniendo éxito la he obligado a mirarse en el espejo y cambiar su "NUNCA resuelvo bien un problema" por un "A VECES, CUANDO LO PIENSO DESPACIO, sé resolver problemas". Y luego pasamos al MUCHAS VECES... para terminar con "cuando hay un problema, lo pienso, estoy atenta a los detalles y lo resuelvo". Delante del espejo, una, dos, tres veces...las que hicieran falta hasta sacarle una sonrisa. Hemos pasado del 2% resuelto con éxito -por azar-, a más del 90%. Simplemente se dio la oportunidad. Bueno más bien le obligué a dársela. Lo he hecho en tono jovial, exagerando mi emoción, teatralizando la alegría del logro pero he sido absolutamente firme en algo. Tenía que decírselo a sí misma ante el espejo, mirándose. Y he logrado, hemos logrado, que se lo crea.
Qué bien!!.
Y son dos hechos pequeños, a veces obvios para quien los mira sin detenerse en ellos, pero son muy significativos, hablan de la vida que tenemos y tendremos y sobretodo hablan de la esperanza. Y sin esperanza (y el trabajo que supone construirla), es imposible avanzar.
Avanzamos sí, sin prisa y sin pausa.
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