domingo, 31 de marzo de 2013

PERDER...

A todos nos gusta ganar. Sin embargo aprender a perder es una cosa imprescindible en la educación emocional de cualquier ser humano.

Hace seis meses H. empezó a jugar al baloncesto. Tras un primer intento de vincularla al deporte a través del atletismo aprovechando sus evidentes capacidades, las más obvias fantasías y los más tangibles recuerdos de Addis Abeba, descartamos esa opción por algunas dificultades prácticas y también por su individualismo. H. necesitaba un equipo para competir desde el esfuerzo conjunto, y no competir desde lo individual frente a otros.

Seis meses después, sólo puedo afirmar que hemos sido muy sabias.

Ya he hablado en otras ocasiones de las cosas buenas que esta decisión ha propiciado pero ahora quería hablar de otro de los muchas aprendizajes que H. ha tenido que hacer en este camino y sobre el que yo, su madre, he tenido que ir trabajando y también aprendiendo.

Hace cinco meses que empezaron a jugar partidos, uno por semana, salvo alguna excepción. Los hemos perdido todos menos uno. Todo hay que decir que hemos ganado el más importante. Ganamos el que jugamos el día de su cumpleaños, así que celebramos el doble cuando todavía sentíamos que ésto de ganar o perder podía ser una cuestión de alternancia...

Sin embargo la experiencia de cada sábado, nos está curtiendo en  la derrota. Y a mi, madre observadora y cómplice con otros padres y madres, que a diferencia mía, son casi todos hijos e hijas del baloncesto; me está haciendo aprender mucho. Hemos tenido partidos de todo tipo, los perdidos por paliza, los perdidos por dejadez, los perdidos de forma ajustada, los perdidos tras ir ganando, los perdidos porque ni nos enteramos de los errores, los perdidos porque nos faltó definición, los perdidos porque madrugamos mucho, y pare usted de contar...siempre son varias las razones...En cada derrota muchas cosas que aprender y en ello trabajamos cada una/uno con su hija...


Pero quizás lo más importante es que tejiéndose sobre cada derrota, yo observo que el mejor aprendizaje es: jugamos porque nos gusta, si ganamos, mejor, pero no es lo que pereguimos, al menos a estas alturas, que todo se andará. Llegará un momento en que será preciso competir, dejarte la piel en la victoria y llorar de rabia en las derrotas pero aún tienen ocho años y creo que son otras las cosas de las que han de alimentarse.

Yo las veo sonreír cada vez que llegan a la cancha tras cinco meses de partidos perdidos, las veo jugar con inocencia y celebrar al equipo y casi siempre a los rivales. Me sorprende que H. tan dolida en la derrota y tan competitiva siempre, tras estos cinco meses vuelva de cada partido hablando con relativa objetividad de los errores cometidos, observando en detalle las cosas que provocaron el resultado adverso, señalando alternativas a lo hecho para haber cambiado el resultado del partido, manteniéndose atenta a esos errores la vez siguiente, valorando esa nueva oportunidad que le brinda cada sábado. Me parece que esa actitud inteligente, ante el mal sabor de una derrota, la hace más fuerte y es un aprendizaje que, al formar parte de una actitud, se amplía y extiende a otros contextos, en los que necesitará la misma o mayor templanza.

Hoy he visto perder a unos de mis chicos del tenis español. Lo he visto emocionarse al hablar y sin embargo mantener la frente en alto, sonreír, saludar desde un agradecido "nos vemos aquí, otra vez, el año que viene". La vida siempre nos da nuevas oportunidades para poder demostrar lo que hemos aprendido a partir de la experiencia. Más nos vale haberlo hecho.





martes, 19 de marzo de 2013

PARECIDOS...

  N. tiene una hija de 8 años, igual que yo. Vive en un portal diferente al mío pero, su casa y la mía, convergen al mismo patio interior; cerrado, con zonas verdes, tierra y un pequeño parque infantil. N. y yo somos unas privilegiadas.

La hija de N. y mi hija van a la misma clase. Por eso N. y yo nos conocemos y, cada día, nos conocemos más. Sé que es una buena mujer, como creo que lo soy yo, como estoy segura de que lo son nuestras hijas. A menudo me detengo en este punto, pensaba que N. y yo no podíamos tener nada más en común. 

N. es muy, muy tímida pero sonríe siempre (en eso quizás también nos parecemos). Nos vemos prácticamente a diario, al ir a recoger a nuestras hijas al cole. Aunque como idea lo sé hace mucho tiempo, últimamente, pienso con sobrada frecuencia, que tengo una enorme fortuna al tenerla cerca. Y yo soy muy agradecida con la suerte que tengo.

Creo que en esta vida, los que elegimos vivir lejos de la familia, a quien se le presupone el apoyo incondicional (aunque no siempre real); tenemos la obligación de elegir bien de quien  a aquellos de quienes nos rodeamos. Esos que nos rodean, serán los que se convertirán en nuestra familia afectiva cotidiana, y en nuestro apoyo emocional e instrumental más inmediato. 

A base de pensar en N. me he dado cuenta de que hasta ahora, antes de ser madre, esos compañeros de viaje habían sido personas bastante parecidas a mí, en proyecto de vida, aspiraciones, circunstancias y condicionantes. Sin embargo, desde que tengo una hija, descubro que se convierten en personajes significativos de mi vida, personas en las que probablemente en otras circunstancias no hubiera reparado.

Mi hija va a una clase en la que los niños en general, se quieren mucho. Vivimos en una ciudad en la que, por dimensiones, todo queda cerca. La mayoría de los compañeros del cole vive a nuestro alrededor, coincidimos más o menos en los mismos parques, compramos el pan en la misma tienda, tomamos las mismas líneas de autobús y paseamos por la misma zona del carril bici. Léase "estamos disponibles a un paso".

La compleja tarea de la conciliación familiar cuando eres madre monoparental y no tienes a la familia que te apoye, se topa de frente con el hecho de que en la mayoría de los casos, tus referentes afectivos más cercanos están tan liados como tú en las mismas batallas. Todo eso hace que, a veces, sea complejo encontrar apoyos logísticos, sin pagarlos. En esos momentos, es cuando la figura de N. se vuelve grande, ahí es cuando es una bendición contar con ella. 

N. no trabaja fuera de casa. N. va al cole todos los días con su hija, que es compañera de clase y de juegos de mi hija. N. es perfecta para una emergencia, para el imprevisto que me impide llegar al cole, para una hora o un par de horas (de juegos compartidos entre niñas) en los que a mí me caben una cita del médico, una gestión importante y aburrida, esa media hora de más o de menos en la que a veces tengo que ser flexible en el trabajo. 

Yo pregunto N. ¿podrías quedarte con H.? ¿Puedes recogerla en el cole? y N. siempre me dice que sí, porque puede, pero también porque quiere. Al hacerlo, N. me hace, a mí que me cuesta tanto pedir, la vida mucho más sencilla. Porque nuestras hijas se cuidan solas entre sí y entonces yo siento que el espíritu de H. está entretenido, y así mi ausencia se nota menos.

Gracias N. por estar tan cerca.  Gracias Ch., aunque tú y yo nos parecemos mucho más!

Hoy, como cada día, esperábamos la salida de clase de nuestros hijos. Hablábamos de las batallitas con los deberes. Yo, las escuchaba y pensaba en las mías, y pensaba en esto que ahora expreso, que llevaba días en mi cabeza.  Sonreía confirmando que la vida nos va acercando y alejando, por las circunstancias, a muchas personas, intereses y hábitos. Y que, en esa necesaria transformación, a menudo tenemos que crecer al lado de quienes no fueron nuestros amigos inicialmente.

Me gusta estar con los padres y madres de los amigos y amigas de mi hija. Ellos y yo tendremos muchas batallas que librar y más vale que podamos también arroparnos en ellas. Nuestros hijos e hijas compartirán nuestros hogares y reflexiones, más vale que seamos capaces de construir algunas en común y eso se va haciendo poquito a poco.

Me he sentido hija de muchos padres de amigos y amigas a lo largo de la vida. Soy consciente del papel trascendental que jugaron en nuestra adolescencia y juventud. Desde mi adultez, guardo entrañables recuerdos de sus hogares, enseñanzas y cuidados. Veo esa misma emoción reflejada en las palabras de mis amigos en relación a mis padres. Y eso me sirve de faro en este camino que a veces está mucho más acompañado de lo que parece.


domingo, 10 de marzo de 2013

CURIOSA

H. pregunta mucho. Pregunta siempre, y desde siempre. H. pregunta porque quiere saber y quiere entender.

Lo primero es sencillo, todavía pregunta por cosas que yo sé, que puedo explicarle o que, como dicen que se debe, al menos se donde buscar. Lo segundo, contestarle para que entienda, he descubierto que a veces es algo más complejo de lo que se supone.

Ser madre de una niña curiosa me ha hecho darme cuenta de la cantidad de las cosas asumidas que tenemos los adultos, cosas que nos parecen lógicas, evidentes y en las que raras veces pensamos, dejándolas, subliminalmente, formar parte de nuestra vida. Ciertamente buena parte de ellas, cuando se preguntan o mencionan de la forma adecuada, activan nuestra parte racional y somos capaces de generar argumentos para analizarlas, defenderlas o invalidarlas pero, otras, lo que hacen es reflejarnos nuestra inercia frente a decisiones de otros y herencias no cuestionadas en medio de tantas batallas cotidianas.


Esta semana H. me preguntaba Mamá ¿Cuál es el día del Hombre? a partir de conocer la existencia de un día de la Mujer. Dos días después escuchando noticias sobre la elección del futuro Papa, me decía Mamá ¿También hay Mama?.

Y así, a bote pronto, te ponen a pensar en todo lo que supone celebrar el día de la mujer "trabajadora" y los motivos para conmemorarlo y en recuerdo de qué, y en lo mucho que ha llovido desde entonces, y no siempre para mejor, en la conmemoración del día. En las contradicciones que me supone celebrarlo que E. y L. explican mejor que yo. ¿Cómo educar en la igualdad sin partir de reconocer la diferencia? ¿Cómo educar a mi hija, para que actúe como igual a cualquier chico, cuando la sociedad no hace más que reflejarle una situación de desigualdad? Tendrá que ser más y mejor, para ser considerada una igual. Es complicado. Me resulta complicado.

Y así enlazo una pregunta con la otra.
 
Y me pongo a pensar también, en si esta negativa de la Iglesia a reconocer el sacerdocio de las mujeres, no es otra forma más de machismo y patriarcado negando la participación y visibilidad a sus miembros más numerosos: " La Iglesia católica es mayoritariamente femenina en sus bases; la componen un 61% de mujeres, organizadas en distintas órdenes religiosas, frente a un 39% de hombres, entre sacerdotes, obispos, religiosos y diáconos. Pese a ello, el gobierno eclesial, la toma de decisiones, y la visibilidad de la institución están casi exclusivamente en manos de varones. ¿Por imperativo evangélico?" No, definitivamente, no. Y quien quiera más detalles que lea. Así que, ideas religiosas aparte, la verdad me faltan explicaciones que me valgan para explicarle a la curiosa H. por qué no hay "Mama", para guiar a los fieles de esta Iglesia que hace aguas por todos lados.

Me gano la vida preguntando y ayudando a encontrar respuestas. Sabía muchas preguntas y algunas respuestas antes de ser madre, pero H. me obliga cada día a pensar y responder más. Y eso me ayuda a crecer. Cuanto te debo hija!. Tus ojos y tu curiosidad me hacen ver más y sobretodo, mejor.
 

domingo, 3 de marzo de 2013

LAS PEQUEÑAS TRAGEDIAS



Esta semana que hoy acaba ha comenzado con lo que creo es una gran tragedia. Ha muerto el padre de un gran compañero de vida. Si muere quien te ha dado la vida y te ha ayudado a transitar por ella, y lo ha hecho estupendamente bien, vives una gran tragedia. 

Y eso duele, duele enormemente, aunque ese padre tenga 81 años y a lo largo de los últimos cinco hayas visto como su luz, poquito a poco, dejaba de brillar. Eso le ha pasado a P. esta semana y como yo quiero tanto a P., pues digamos que he estado también expuesta a su dolor, que se ha hecho un poco mío.


Para equilibrar ese sentimiento, esta semana ha nacido H. un niño muy deseado que, como no podía ser de otra manera, ha traído mucha alegría a su hogar que, por familiar, es también un poco el mío. H. ha llegado para devolvernos la ternura y la alegría de esta semana.


Con ambas noticias hemos visto oscilar el péndulo de nuestras emociones de un extremo a otro, en un período de tiempo muy corto.


Frente a estas noticias mi hija ha reaccionado con más preguntas que emociones. El origen de la vida y su desaparición son dos procesos que a la bella H. le generan enormes interrogantes. Como siempre, he estado expuesta a su infinita curiosidad y a la batería de preguntas. Creo he salido más o menos airosa de ellas. 


Paralelamente, la semana de H., más bien las últimas semanas, han estado plagadas de pequeñas tragedias que provocan en ella una gran movilización emocional. 

En los últimos dos meses, hemos estado expuestas a un sinfín de pequeños “traspiés” (unos menores y otros mayores) pero que, por suerte, se han resuelto de la mejor manera posible y sin grandes daños colaterales

Resumiendo:

....un incendio en nuestra cochera quemó nuestras bicis, pero no nuestro coche, que el azar quiso que no estuviera allí cuando la norma es que esté.
... su cuidadora un día a la semana no va a recogerla en el cole pero  madres conocidas pueden acogerla y llamarme.
...nos dan un golpe en el coche por detrás sin daños más allá del susto.
... se cierra la puerta de nuestra casa con las llaves olvidadas dentro pero un vecino amable logra abrirla en poco minutos.
...tras generarles muchas expectativas, un fallo de la ONG que organiza la Operación Bocata deja a su colegio a última hora, sin la actividad. 
.... su maestra decide cambiarla de asiento en su clase para ver si deja de distraerse.
.... suspende en Mates.
...el equipo rival del último partido de baloncesto, es superior en destrezas deportivas pero, sobretodo superior, en mala intención y conducta antideportiva...

.... y estoy segura que alguna más que se me escapa. Leáse, menudo año llevamos de pequeñas tragedias!!. Y esas pequeñas tragedias a H. la hacen sufrir. Y yo estoy pensando en ello.

Creo que H. es una niña fuerte y sana emocionalmente, disfruta de la vida, sonríe con frecuencia y sobretodo tiene la capacidad de generar sonrisas a su alrededor.  Sin embargo, observo ciertamente con curiosidad como esas experiencias de daño “posible”, el que la roza, pero no se concreta; le crean un enorme desasosiego, que a veces, le dura días, que incluso a veces llega al llanto. 


Habitualmente pensamos que las personas expuestas a condiciones adversas de vida se encuentran más dañadas emocionalmente. Y sí, tienen más billetes en esa lotería negativa, pero también es cierto que estar expuestas a esas circunstancias, si se dan otras condiciones, puede ayudarles a fortalecerse en sus herramientas emocionales para manejar la adversidad. 

Las capacidades resilientes, nacen, o al menos se hacen conscientes, en la exposición a eventos dolorosos o traumáticos que logran superarse, pero me pregunto si esa consciencia de lo que puede llegar a doler una experiencia traumática, no te hace a menudo más sensible o frágil ante la posibilidad de experimentarlos. Es como si te hicieran más fuerte si los vives y los superas, porque te dan herramientas para manejar los siguientes y, sobretodo, te dan la conciencia de que puedes sobrevivir a ellos, pero también te hacen más vulnerable.


Me pregunto, si esas herramientas útiles para prevenir el daño no pueden estar a veces descompensadas, activando en demasía tus procesos de alarma previos a la posibilidad de daño, creando un desasosiego demasiado intenso frente a las posibilidades de “perder” el bienestar del que ahora disfrutas, que tanto te costó conseguir y sin el que ahora te sentirías más frágil.


Y, sobretodo, me pregunto, ¿Cómo regular esta inversión emocional? ¿Cómo ayudar a H. a vivir más serenamente estos pequeños traspiés? ¿Cómo rescatar todas las lecturas en positivo que tienen estos pequeños eventos negativos?

Y no encuentro más respuesta que mi propia calma, la serenidad de reflejarle todas las posibilidades de hacer frente a esa pequeña tragedia que fue, o frente a la gran tragedia que podría haber sido. Pero no sé si eso es suficiente. No sé si hay algo más que puedo hacer para ayudarla a asumir con entereza esas experiencias.

Y me gustaría saberlo...