martes, 9 de julio de 2013

LO QUE SOMOS...

A. lleva un par de días a mi lado. A mi lado, laboralmente hablando.

A. tiene un nombre que llama la atención. Y si va unido a sus apellidos, no llama la atención, más bien genera curiosidad absoluta. Por diferente. Por poco habitual. Conocer su nombre generó preguntas en mi equipo en relación a cuánto sabía de ese joven. Poco. Sé poco. Le llamaré, así veremos cuánto castellano habla. Y habla bien. Nada que llame la atención. Nada si no sabes como se llama. Si no le ves.

Pero cuando le ves, ya sabes que su historia de vida no tiene su origen en esta tierra. A., como mi hija, con su físico, va diciendo que su origen no está aquí. Lo que no sabes con claridad es cuando ya empieza a serlo. Ser de "aquí" para que dejen de preguntártelo.

Y cuando yo presento a A. como un nuevo compañero, la gente le da la bienvenida y añade: ¿Y de dónde eres?. Y él responde paciente: "Yo nací en..." y con ello me refleja que está cansado. Cansado de dar explicaciones sobre su origen étnico. Cansado de ser identificado como ajeno. Cansado de tener que contar su vida, para contar de dónde es. 


Y llevo dos días pensando en ello. Y observandole. Respetando su tiempo para contarse y tratando de ver a un joven que simplemente está aprendiendo de aquello a lo que se quiere dedicar.

Qué difícil es que algo en ti te obligue a dar explicaciones, sobretodo porque los demás se sienten en el derecho de preguntar. Incluso desde la más sana curiosidad y con la más bondadosa de las aproximaciones. Te acaban de conocer, pero te preguntan por tu vida. Y eso no lo hacemos habitualmente.

Me alegra haber sabido poco de A. Eso refleja que para quien lo guió hasta mí, que fuera de origen extranjero, no resultó significativo. Y eso está bien. Es el nuevo estudiante en prácticas, es chico, vive en Salamanca en este momento, estudia una carrera universitaria, tiene una dulce sonrisa y una voz grave. Nada más.

Yo, sin embargo, le veo actuar. No sé si son mis prejuicios o mi mirada atenta pero veo su huella cultural en esa forma de estar, de caminar, de mirar. Y veo como en un halo eso que era antes de ser. Eso también me sucede con H. cuando veo en ella cosas que no tienen que ver con su experiencia ni con la mía. Es algo que trae de antes y que no son sus rasgos físicos, es más. Es su forma de moverse, las cosas que le resultan bellas, la estética que le seduce.


Y creo que es algo parecido a lo que yo siento al escuchar esta música. Esa emoción es para mi, genética. No producto de un aprendizaje consciente, es la herencia biológica de mis padres que me trasmite cosas que me emocionan, no por experiencia directa, sino por herencia cultural expresada a través de los genes.

No me digan que no es curioso...

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