Desde entonces este par de semanas se diferencian fundamentalmente en que durante la primera he compartido mi cotidianidad con H. y con sus vivencias, necesidades, urgencias, alegrías y angustias. En la segunda, H. ha estado fuera de casa haciendo una actividad de Aulas de la Naturaleza con su clase así que yo he vuelto a estar nuevamente cuatro días sola, sola conmigo misma y mis pensamientos.
El fin de semana que media entre ambas semanas hemos estado con P., nuestro amigo, y nos hemos disfrutado como siempre que nos encontramos. Muchísimo. Tras el adiós, porque P. vive lejos, bastante lejos, nos hemos quedado bajitos afectivamente, con esa nostalgia elaborada ya en miles de despedidas físicas, que sólo hacen evidente cuan unidos estamos emocionalmente. Y así bajitas, y en soledad, hemos estado pensando.
Anoche soñé con P. y el tema que nos ocupa y pensé: no puedo sacarme lo contado del pensamiento.
Antes de tener hijos yo no podía sacarme de la cabeza (o más bien del corazón) las cosas que me inquietaban. Cuando algo me importaba seguía acompañandome, atormentándome, acariciándome (según fuera el caso), durante horas, días,... Rumiación*, según lo denominan los que saben.
Entre las miles de virtudes que tiene mi vida con H., hay una que valoro en el Top Ten. Y es que H. me libera de mi misma. Me distrae de mi misma, de mis trampas y mis angustias.
Tras estar con ella, cuando vuelvo a mi, me reencuentro con mis pensamientos pero han perdido fuerza, se han relativizado, se han matizado en el contraste vital que me supone compararlos, acompañarlos, redefinirlos con aquello que H., y mi vida con H, me ha aportado en el camino. Desde que estoy con H. he dejado de rumiar. Ahora, sólo pienso el tiempo necesario para darle utilidad al pensamiento, porque ella siempre llega antes.
Pero H. no está y por eso te pienso compañero. Te pienso, con todos los rostros en los que te miro, incluso en este con el que me sorprendes. Y te pienso a todas horas y como siempre te celebro, por no decirte una vez más, que te echo de menos. Y es que cuando estás, estás tanto.
Y lo que nos queda.
* Pensamiento intrusivo, fruto de emociones intensas pasadas, de carácter muy persistente, recurrente (que vuelve, se repite…), y ajeno a la voluntad del individuo, que suele ir acompañado de un cierto malestar y que se mantiene hasta que el individuo logra resolver la situación
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