“No quiero verle”, me decía esta mañana.
Solo si le miras, sabrás qué sientes. Le contesté. Sólo
entonces podrás avanzar. Lo vivido será, sólo eso, una experiencia (en este
caso dolorosa y contundente) pero no será una herida abierta, un lugar
emocional en el que permanecemos anclados a algo vivido y que nos dañó.
Mirar a alguien, mirar a algo, mirarnos a nosotros…
Creo que no es posible curar los dolores del corazón en la
ausencia o en la negación de aquellas cosas que formaron parte de nuestra vida.
Aunque mirarlas, duela.¿ Alguien se ha curado una herida sin que le doliera el
alcohol o el betadine con el que intentaban desinfectarla? Pataleamos, pero por
allí hay que pasar…unos lo prefieren de golpe, de frente, contundente. Otros
despacio, distraídos, paso a paso.
A menudo cometemos el error de pensar que aquello de lo que
no se habla, no existe. Y existe. Y, lo
peor, crece en la angustia que nos provoca.
Según queremos negarlo, se hace más u más fuerte. Como el rubor.
Por supuesto que el acto de mirar o de explorar mirando,
hacia afuera y hacia adentro, requiere
de un tiempo y de unas condiciones en las que podamos sentir la seguridad de
que sobreviviremos emocionalmente y que sobretodo esta vez no será como la
anterior de la que salimos tan “adoloridos”.
Me gusta mirar la vida a mí alrededor. Me paso el día
mirando (escuchando) historias de vida y en estos tiempos duros, muy duros, si
hay algo que he aprendido es que nuestro instinto de supervivencia es infinito.
A veces, a menudo, no somos capaces de desplegar todas nuestras capacidades más
que en situaciones de emergencia. Yo tenía un profesor que decía: Morirse es
difícil y mira que lo es. Estoy segura de que muchos de nosotros no nos
creeríamos capaces de sobrevivir a muchos de los dolores que hemos tenido que
vivir.
Y aquí estamos. Intactos no, pero fortalecidos sí.
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