lunes, 20 de agosto de 2012

MIRAR...


“No quiero verle”, me decía esta mañana.

Solo si le miras, sabrás qué sientes. Le contesté. Sólo entonces podrás avanzar. Lo vivido será, sólo eso, una experiencia (en este caso dolorosa y contundente) pero no será una herida abierta, un lugar emocional en el que permanecemos anclados a algo vivido y que nos dañó.

Mirar a alguien, mirar a algo, mirarnos a nosotros…

Creo que no es posible curar los dolores del corazón en la ausencia o en la negación de aquellas cosas que formaron parte de nuestra vida. Aunque mirarlas, duela.¿ Alguien se ha curado una herida sin que le doliera el alcohol o el betadine con el que intentaban desinfectarla? Pataleamos, pero por allí hay que pasar…unos lo prefieren de golpe, de frente, contundente. Otros despacio, distraídos, paso a paso.

A menudo cometemos el error de pensar que aquello de lo que no se habla, no existe. Y existe.  Y, lo peor, crece en la angustia que nos provoca.  Según queremos negarlo, se hace más u más fuerte. Como el rubor. 

Por supuesto que el acto de mirar o de explorar mirando, hacia afuera y  hacia adentro, requiere de un tiempo y de unas condiciones en las que podamos sentir la seguridad de que sobreviviremos emocionalmente y que sobretodo esta vez no será como la anterior de la que salimos tan “adoloridos”.

Me gusta mirar la vida a mí alrededor. Me paso el día mirando (escuchando) historias de vida y en estos tiempos duros, muy duros, si hay algo que he aprendido es que nuestro instinto de supervivencia es infinito. A veces, a menudo, no somos capaces de desplegar todas nuestras capacidades más que en situaciones de emergencia. Yo tenía un profesor que decía: Morirse es difícil y mira que lo es. Estoy segura de que muchos de nosotros no nos creeríamos capaces de sobrevivir a muchos de los dolores que hemos tenido que vivir. 

Y aquí estamos. Intactos no, pero fortalecidos sí.

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