domingo, 5 de agosto de 2012

FUEGO


En estos días, gracias a la inestimable compañía de los abuelos, podemos disfrutar de las noches de verano. Me he pasado más de la mitad de mi vida llena de noches de verano que no sabía que lo eran. Como con muchos procesos afectivos, yo apenas soy consciente de lo valiosas que son para mi algunas cosas, cuando las pierdo o voy perdiendo. Habitualmente se diluyen entremezcladas en otras presencias más intensas o en otras decisiones más trascendentales. 

Sin embargo, sucede a menudo, que las reconozco cuando reaparecen. Sí, aún antes de que lleguen con entidad. Supongo que es un proceso emocional avocado a la superviviencia. A evitar la tristeza de la pérdida y, sin embargo, a celebrar los reencuentros.

Estas noches de verano me he reencontrado con la amistad adulta, con las largas conversaciones sin horarios ni interrupciones infantiles, compartiendo la trascendencia o la trivialidad de la buena compañía y con ella de las ilusiones o los quebraderos de cabeza. Esta ciudad emociona por las noches. Y sus noches de verano aún más. Y a mi esta semana de relaciones y afectos me tiene especialmente contenta. No han sido noches de intensidad. Solo han sido noches de certezas
  
Pero mi noche de verano tiene fuego desde ayer en la tarde y entonces ya las noches no me gustan porque están llenas de fantasmas y de sombras, están llenas de incertidumbre. Estamos pagando caro el verano. Estamos pagando caro el no recordar las cosas valiosas que nos rondan y cuidarlas con celo. Por eso soy tremendamente consciente de los cuidados que me han prodigado esta semana. Cuidar es una forma de hacer las cosas perdurables.

Las fotos son de mi amigo Saúl, un hombre que ama la Naturaleza y para muestra un botón http://www.santossaul.com/


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