H. me habla delante de su abuela: - Mamá, abuela utiliza también nuestra crema del cuerpo. La abuela, al escucharnos, me responde: - Sí. Los chicos (los primos de H.) me dicen que huelo a H.
Y pienso yo... sus primos sólo puede olerla tres semanas al año. Aún así, recuerdan su olor.
Llego a la casa de mis padres. Me espera un plato especial. Según lo calientan, le digo a mi madre: - Mamá, huele a Navidad.
Porque no importa donde esté ni que fecha sea. Si huele a Hallacas, es Navidad. Y degustarla ya es potenciar la magia de trasladarme a mil escenas familiares, rituales gastronómicos que señalaban que sin duda la Navidad se había instalado una vez más.
Seguro hay más ejemplos pero éstos dos, por recientes, han venido a mi memoria a partir que éste otro, que me ha estado dando qué pensar.
Ayer, volvíamos a casa tras varias semanas en casa de los abuelos. Cuando estábamos terminando de hacer las maletas H. me dice: -Mamá, lo que más me gusta de volver a casa, es que nuestra casa huele a Etiopía.
Yo he estado preguntándome ¿Por qué?. En esta casa, puede ver, oir, tocar... cosas etiopes. No hay, sin embargo, ningún rastro oloroso que pueda recordarle su país.
Ayer, en medio de las prisas y las despedidas, el corazón estaba algo tocado como para hurgar más, pero he seguido pensando en ello.
Esta noche, "revisando el aterrizaje emocional" le he preguntado. Me responde: -Es que las otras casas huelen diferente y esta huele a nosotros, es familiar. Cuando entro, después de un tiempo fuera, lo siento. Cuando pasa un rato ya no, pero al principio, sí.
Y entonces trato de darle forma a lo que su sentido percibe. Cuando H. conoció este hogar, pasamos en él tres meses largos antes de dormir en cualquier otra habitación. Pasamos mucho tiempo juntas, tratando de crear y fortalecer el vínculo que podía llegar a unirnos. Más tarde, nos fuimos a conocer a los abuelos, tios, primos, que la esperaban con ansias. Entonces, pasamos un mes con ellos. Cuando volvimos, la reacción de H. no podré olvidarla jamás.
Al entrar y ver que todo estaba en el sitio en el que lo habíamos dejado, no podía creerlo. Casi lloraba descubriendo que las cosas que habían sido suyas los meses anteriores: sus juguetes, su cama, su habitación, las cosas del salón, la cocina. Todo!...seguía estando allí. Mamá está todo igual!!! repetía una y otra vez, emocionada. Sus ojos abiertos de par en par, su sonrisa amplia y perfecta. Abrió todas las puertas para cerciorarse, miró todos los rincones. Sí, todo seguía allí. Y era nuestro.
Acababa de cumplir tres años. Este era el primer hogar del que se iba y al que volvía. En los dos años anteriores, vivió en tres casas diferentes, de las que salió y a las que nunca regresó.
No me extraña que este olor le resulte familiar. Me emociona que le huela a Etiopía. En realidad es que toda ella me emociona.
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