jueves, 1 de noviembre de 2012

LA MUERTE Y LOS MORIBUNDOS

Retomo hoy, que como latina, prefiero conmemorar el Día de los Muertos; este texto que escribí hace unos meses, un día cualquiera. Nuestros muertos están siempre con nosotros, no sólo hoy, pero quizás hoy más.

"La Muerte y los Moribundos" es el título de un buen libro de Elizabeth Klubber-Ross, una psiquiatra pionera de la humanización de la atención a pacientes terminales. En su día, me tocó leer, no se si por placer o por angustia, muchas cosas de ella. Me resultaban muy interesantes sus observaciones sobre el buen morir y lo que podemos hacer los que estamos cerca de quien se muere. Eso no tiene mucho que ver con lo que ahora escribo (o sí) pero es que pensar en la muerte siempre trae su nombre a mi memoria.

Hace unos meses la madre de S. una compañera de clase de mi hija,  me dice en medio de una conversación trivial sobre las batallitas de nuestras niñas. "Sí, S. me dice qué graciosa es H.!. Si estamos hablando de Galileo Galilei ella levanta la mano y pregunta ¿Esta muerto?...Si decimos que Cristobal Colón descubrió América ¿...pero está muerto? pregunta H. y así con todos". La escucho y sonrío recordando la cantidad de veces que me pregunta en relación a su abuelo ¿Está muerto? ¿Se va a morir? (...y está bien, no le pasa nada) o en todas las muchas conversaciones que hemos tenido sobre la muerte...¿A los muertos los tiramos a la basura también ? (3 años); Qué suerte si nos morimos dentro de casa porque como está el techo no nos deja pasar y no podemos irnos al cielo! (4 años); Si tu te vas a morir yo me agarro de ti para irme contigo (4-5 años). Aparte de su afán por saber Cómo se muere la gente, querer visitar cementerios, ver muertos para ver cómo están y esas cosas...Al lado de eso (y supongo que porque podemos hablar tranquilamente del tema) ni una pesadilla, ni angustias detectadas, ni miedos más allá de estas conversaciones, "simplemente" curiosidad.

Sonrío con tristeza sí, como se llora de alegría.

Cuando un niño cercano a nosotros tiene dos años y pierde a sus padres, somos muy conscientes del dolor y de la pérdida que ese niño tendrá.

Cuando alguien adopta a un niño de dos años que ha perdido a sus padres, pensamos en la suerte que ha tenido. ¿De qué? me pregunto.

Que difícil resulta que no se minimice el daño y la perdida previa que ha vivido un niño que es dado en adopción. Que se entienda que la vida de antes, es la misma vida y que sobre ese dolor mayor, se pueden asentar otras cosas buenas para ambas partes, pero que antes, se ha perdido algo muy significativo. Y todo deja huella.

Se que H. fue una niña querida y cuidada. No veo en ella rastros de daño emocional, por eso quiero a su familia. Esa familia, al quererla, le dio las bases para la salud emocional que yo hoy disfruto. Viendo lo que hay allá afuera más me vale estar agradecida a mi. Nunca le he temido a la muerte y mi relación con ella es muy serena pero reconozco que no quiero que me pase nada, que me den vida para vivirla pero sobretodo para que H. no tenga que pasar otra vez por esa pérdida. No te puedes quedar sin madre dos veces, aunque llegará el día en que así sea, mejor esperamos y nos fortalecemos para poder integrarlo sanamente en nuestra vida.

Lleva cinco años conmigo y aunque puede sonar extraño que lo diga  en los últimos meses noto mucho "que me quiere". Parece una tontería pero no creo que sea fácil -o al menos a mi no me resulta nada fácil, sentir que el otro me ve y me quiere-, con amor de adentro, con amor profundo. Por eso tengo la ternura alborotada. Por eso sonrío aunque sea con tristeza.

"El amor" es una cosa intensa. Y da mucho miedo perderlo. No me extraña que para mi hija "saber y sentir" la muerte, sea importante. Y en eso pienso, hoy, de forma evidente pero también muchos otros días. Pienso en mis muertos, en los suyos y en los nuestros...porque forman parte de nuestra vida.

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