domingo, 13 de septiembre de 2020

ISLAS

El Puerto de Tazacorte es uno de los rincones de la isla que más me gusta. Por eso, cuando hace un par de semanas A. me contó que había llegado una patera, me generó una inquietud mayor de la habitual.  Ambas imágenes por su contraste, me resultan de complejo encaje Hace unos días mamá me hizo referencia al suceso desde la cotidianidad de una abuela que no tiene como A. y como yo, una mirada sensible a los migrantes. Una cotidianidad que rompe la del COVID19. O que la aúna porque habla de riesgo y vulnerabilidad a dos bandas.


En mi búsqueda diaria de noticias de las islas, que es una forma de sentirme cerca de los míos, encuentro este gráfico de llegada de pateras a las islas en los últimos veinte años. Y ese pico lo siento tan propio como ajeno.  La tendencia al alza asusta porque las islas no dejan de ser territorios con unos límites de movimiento muy claros, especialmente para aquellos que no tienen recursos económicos para enfrentarlos.

Uno de los momentos más hermosos y emotivos que he vivido en mi trayectoria laboral con migrantes, tiene ya tres lustros, que se dice pronto, pero está intacto dándole sentido a lo que no lo tiene. No recuerdo su nombre, ni siquiera podemos saber si era el verdadero. Llegó en aquella época en la que nuestra disponibilidad, sin hijos, era bastante cercana al absoluto. De cinco en cinco, les acogíamos cada semana. Venían de las islas, desbordadas entonces por la llegada masiva de cayucos. Trasladados a la península, se les distribuía entre todo el territorio sin otro criterio que el número, de cinco en cinco, cada semana. Nuestra tarea era, no solo facilitar la cobertura de necesidades básicas, sino intentar localizar a alguien, de su entorno claro!...que pudiera apoyarle más a corto y mediano plazo. Nosotros atendíamos la emergencia que es nuestro mandato más humanitario.

Tras tres días de búsqueda infructuosa, de un número a otro, buscando en pequeños papeles con trazos que habían resistido el viaje en patera, saltando del número que no existe, al número que no contesta, del no soy la persona que buscas, al no puedo ayudarle, finalmente alguien le dijo que sí. Se arrodilló, y con los brazos en alto dirigidos al cielo, inició un pequeño canto de agradecimiento. Una imagen brutal. Como con tan poco podemos lograr tanto.

Hace unos meses, durante el confinamiento, participé en una charla donde contaban su experiencia de gestión de la acogida en territorios insulares, profesionales de distintas organizaciones e ideologías "Islas, puentes y fronteras" desde Canarias, Lesbos y Sicilia. Una charla muy interesante y no por ello menos triste. Llevamos treinta años haciéndolo, y seguimos haciéndolo mal. Siempre insuficientes en esa labor de acogida. Con recursos escasos. Luchando contra un drama humanitario que no atiende/apoya/aporta a las necesidades en los países de origen. Que falla en su respuesta de acogida, que está más centrada en la mirada política, en el mantener contenta a la población de acogida que ve en estas llegadas una amenaza.

En estos días de llegadas cada vez mayores de migrantes del sur a Canarias, mientras estas resienten la falta de llegada de los turistas del norte, pienso mucho en ello. Pienso que ser del Sur o del Norte, es una cuestión de perspectivas, del punto de referencia. Pienso que hoy estamos aquí y mañana allí. O mañana no estamos.

"Cae la noche en Moria. Dormir entre escombros y a ras del suelo" leo en la prensa. Y recuerdo a aquella eurodiputada, que decía a los miembros del parlamento europeo por su gestión migratoria de la crisis de refugiados, en Italia y Grecia; no solo os deseo que no podáis dormir, os deseo las peores pesadillas. Esta, es una versión libre, pero la idea era esa.

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