martes, 19 de marzo de 2013

PARECIDOS...

  N. tiene una hija de 8 años, igual que yo. Vive en un portal diferente al mío pero, su casa y la mía, convergen al mismo patio interior; cerrado, con zonas verdes, tierra y un pequeño parque infantil. N. y yo somos unas privilegiadas.

La hija de N. y mi hija van a la misma clase. Por eso N. y yo nos conocemos y, cada día, nos conocemos más. Sé que es una buena mujer, como creo que lo soy yo, como estoy segura de que lo son nuestras hijas. A menudo me detengo en este punto, pensaba que N. y yo no podíamos tener nada más en común. 

N. es muy, muy tímida pero sonríe siempre (en eso quizás también nos parecemos). Nos vemos prácticamente a diario, al ir a recoger a nuestras hijas al cole. Aunque como idea lo sé hace mucho tiempo, últimamente, pienso con sobrada frecuencia, que tengo una enorme fortuna al tenerla cerca. Y yo soy muy agradecida con la suerte que tengo.

Creo que en esta vida, los que elegimos vivir lejos de la familia, a quien se le presupone el apoyo incondicional (aunque no siempre real); tenemos la obligación de elegir bien de quien  a aquellos de quienes nos rodeamos. Esos que nos rodean, serán los que se convertirán en nuestra familia afectiva cotidiana, y en nuestro apoyo emocional e instrumental más inmediato. 

A base de pensar en N. me he dado cuenta de que hasta ahora, antes de ser madre, esos compañeros de viaje habían sido personas bastante parecidas a mí, en proyecto de vida, aspiraciones, circunstancias y condicionantes. Sin embargo, desde que tengo una hija, descubro que se convierten en personajes significativos de mi vida, personas en las que probablemente en otras circunstancias no hubiera reparado.

Mi hija va a una clase en la que los niños en general, se quieren mucho. Vivimos en una ciudad en la que, por dimensiones, todo queda cerca. La mayoría de los compañeros del cole vive a nuestro alrededor, coincidimos más o menos en los mismos parques, compramos el pan en la misma tienda, tomamos las mismas líneas de autobús y paseamos por la misma zona del carril bici. Léase "estamos disponibles a un paso".

La compleja tarea de la conciliación familiar cuando eres madre monoparental y no tienes a la familia que te apoye, se topa de frente con el hecho de que en la mayoría de los casos, tus referentes afectivos más cercanos están tan liados como tú en las mismas batallas. Todo eso hace que, a veces, sea complejo encontrar apoyos logísticos, sin pagarlos. En esos momentos, es cuando la figura de N. se vuelve grande, ahí es cuando es una bendición contar con ella. 

N. no trabaja fuera de casa. N. va al cole todos los días con su hija, que es compañera de clase y de juegos de mi hija. N. es perfecta para una emergencia, para el imprevisto que me impide llegar al cole, para una hora o un par de horas (de juegos compartidos entre niñas) en los que a mí me caben una cita del médico, una gestión importante y aburrida, esa media hora de más o de menos en la que a veces tengo que ser flexible en el trabajo. 

Yo pregunto N. ¿podrías quedarte con H.? ¿Puedes recogerla en el cole? y N. siempre me dice que sí, porque puede, pero también porque quiere. Al hacerlo, N. me hace, a mí que me cuesta tanto pedir, la vida mucho más sencilla. Porque nuestras hijas se cuidan solas entre sí y entonces yo siento que el espíritu de H. está entretenido, y así mi ausencia se nota menos.

Gracias N. por estar tan cerca.  Gracias Ch., aunque tú y yo nos parecemos mucho más!

Hoy, como cada día, esperábamos la salida de clase de nuestros hijos. Hablábamos de las batallitas con los deberes. Yo, las escuchaba y pensaba en las mías, y pensaba en esto que ahora expreso, que llevaba días en mi cabeza.  Sonreía confirmando que la vida nos va acercando y alejando, por las circunstancias, a muchas personas, intereses y hábitos. Y que, en esa necesaria transformación, a menudo tenemos que crecer al lado de quienes no fueron nuestros amigos inicialmente.

Me gusta estar con los padres y madres de los amigos y amigas de mi hija. Ellos y yo tendremos muchas batallas que librar y más vale que podamos también arroparnos en ellas. Nuestros hijos e hijas compartirán nuestros hogares y reflexiones, más vale que seamos capaces de construir algunas en común y eso se va haciendo poquito a poco.

Me he sentido hija de muchos padres de amigos y amigas a lo largo de la vida. Soy consciente del papel trascendental que jugaron en nuestra adolescencia y juventud. Desde mi adultez, guardo entrañables recuerdos de sus hogares, enseñanzas y cuidados. Veo esa misma emoción reflejada en las palabras de mis amigos en relación a mis padres. Y eso me sirve de faro en este camino que a veces está mucho más acompañado de lo que parece.


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