Como con muchas otras cosas, hay a quien le encanta, a quien le es indiferente y a quien no le gusta nada.
Hablo de disfrazarse y yo pertenezco a este último grupo.
Son contadas las ocasiones de mi vida adulta en las que lo he hecho, aunque reconozco que en esas pocas, lo he pasado bien. Se también con la misma certeza que, de haber podido elegir, no lo hubiera hecho.
En los últimos años de mi vida, en el ejercicio sabio de la maternidad, he animado a H. a disfrazarse. En algunas ocasiones, entre ellas este año, en lugar de comprar o heredar un disfraz que nos sirviera para estar en sintonía carnavalera, hemos decidido hacer uno nosotras mismas.
Siendo yo una mujer negada para los trabajos manuales no ha sido pequeño el reto. Para mi sorpresa, he descubierto en esas ocasiones un enorme placer en la tarea. El entretenimiento de un rato de ilusión en la búsqueda de aquello que nos emocione y agrade como disfraz (...y que sea viable claro!), la satisfacción del ejercicio del reciclaje, de la mano de la creatividad para construir algo bonito, gastando lo menos posible, y el placer de trabajar en un ámbito el manual, tan ajeno a mis ocupaciones cotidianas más sobrecargadas de razón y emoción.
Como en muchas ocasiones, he extrañado la presencia de mi madre, costurera de profesión, mujer laboriosa y paciente, perfeccionista en su labor; tres virtudes que no siempre me acompañan y que son útiles en menesteres como los que nos han ocupado en estos días. Juntas hubiéramos hecho maravillas pero lo cierto es que nos separan muchos kilómetros y no estamos al alcance de la mano, para estas cosas que se entienden menos trascendentales.
Creo que para disfrazarse hay que mantener mucha de la ilusión infantil por jugar, de vivir el juego como una fiesta que sólo admite sonrisas y hay que saber asumir "otros personajes", (y querer hacerlo), para con ello, ser capaz de asumir su esencia y no sólo su apariencia. Me gustan lo disfraces construidos, producto de la creatividad de sus porteadores, me reflejan motivación, trabajo e ilusión, imprescindible trio que debe acompañarnos a lo largo de la vida.
Uno de los disfraces vistos en estos días que más me ha gustado, hace referencia a una película que habla precisamente de eso, de la fuerza de las emociones y los ideales, de la necesidad de soñar y luchar por los sueños, y de lo imprescindible que es entender esa búsqueda, como un territorio de diversión y juegos. Y de cómo esa búsqueda se vive con mayor intensidad si se hace en compañía de otros. Y si son niños mejor.
Mi hija es una buena compañía, es una fuente sueños y me enseña y ayuda a jugar. Es una suerte tenerla de inspiración.
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