A veces me pregunto si se puede volver desde el infierno.
Esta semana he vuelto a encontrarme con la mirada agustiada de alguien que ya no está en el infierno que le tocó vivir, pero que no puede escapar de él. Una persona que se define a sí misma en base a una dolorosa experiencia vivida, no puntual, sino sostenida y de la cual tardó mucho en escapar. ¿O será que sigue en ella?. Tiene que ser terrible la sensación de no querer cerrar los ojos porque tras esa oscuridad solo aparecerán las pesadillas.
Llevo años escuchando historias de vida. Historias que están cargadas de esperanzas de mejorar pero también historias de quienes ven en la migración la vía de escape de las pesadillas que viven. Y no hablo de peores condiciones de vida a nivel socioeconómico. Hablo de sentirte perseguido, de ser amenazado, de padecer torturas. Hay quienes logran escapar de ellas y hay otros, que siguen atrapados. E incluso hay otros, que deambulan sobre la cuerda floja de la cordura, porque a veces, enloquecer, huir de la realidad, es la única forma de resistir.
Cuando F. me contó su historia yo había visto hacía poco esta película. Y de pronto, el protagonista estaba ante mi, diciendome que era él el protogonista de esa historia, uno más. Protegiendome de su relato. No sé cómo logró aferrarse a la vida y a sus ratos de cordura. Hace mucho que no sé de él, pero nunca olvidaré su relato obsesivo, su necesidad de perdón. Un niño no merece vivir lo que a él le tocó.
La entrevista con H. de esta semana me ha provocado la misma sensación. Esa que sentí cuando vi la opera prima de Alejandro Amenabar. Ese miedo de quien imagina, anticipa, teme, de quien siente que será la siguiente víctima. H. no puede contarme su historia, no compartimos el mismo lenguaje, pero desde sus ojos, desde su llanto, siento su angustia y su miedo y estoy segura que solo puedo ayudarla desde lo primario, desde lo instintivo. A ciertos infiernos no es posible aplicarles razón.
A menudo pienso que no hay palabras que puedan representar el horror vivido por determinadas personas pero sobretodo siento que faltan palabras para hacerlo llevadero.
Pienso otra vez en "La vida secreta de las palabras", no puedo evitar recordar la película y recordar sus orígenes. Pensar en sus argumentos. Los horrores necesitan ser atestiguados para que no se repitan. Pero narrarlos en primera persona es desolador. Que importante es oirlos y que esos escuchas se conviertan en traductores de tu dolor y te ayuden a reconstruir algo que se parezca a una vida. Menudo compromiso.
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