sábado, 16 de noviembre de 2013

EMOCIONARIO...

MIEDO: J. me pide una cita para hablar conmigo. "Creo que vuelvo a estar mal". Me encuentro con ella y su aspecto externo no denota ese malestar. Se le ve bien. Sonríe. Habla pausadamente. No llora. Me relata cómo están sus historias y siguen reflejando logros. Señalo todas las fortalezas que sigo viendo. Hago énfasis en todas las que ella narra. Termina diciendo "Me quejo de vicio" y sonríe, pero a veces me asusto y necesito venir a contártelo, eso, que estoy asustada, pero al escuchar mis palabras, cuando me escuchas y me escucho, me tranquilizo. Y entonces sé que estoy bien.

He visto muchas veces las cicatrices que J. tiene en sus muñecas, en sus brazos. Sus cicatrices reflejan el daño que, siendo aún una adolescente, se autoinflingía. Así descargaba su miedo y su ansiedad. Han pasado más de dos décadas desde entonces. Cuando la conocí, hace una, ya no se hacía daño pero tenía mucho a favor para recaer. Juntas y gracias a muchas cosas, además de mi apoyo, fue saliendo adelante, encontrando la manera de reconciliarse con su pasado, de encontrar recursos internos - que tiene muchos- y externos, en los que apoyarse; de ver posibilidades donde antes sólo fue capaz de encontrar inconvenientes. J es una superviviente y una mujer muy resiliente.

DESCONSUELO: Mientras tengo esta entrevista escucho en el pasillo un llanto desconsolado. Es tan profundo que súbitamente se encoge mi corazón. Desvío mi atención para tratar de percibir si alguien acude en su auxilio. Oigo voces alrededor pero el llanto continua. Sólo cuando veo salir a C. me tranquilizo. Ella sin duda manejará la situación si se requiere. A los pocos minutos vuelve a entrar, me mira porque sabe que estoy con ella. Su mirada me calma. Poco a poco el llanto se serena. Al terminar mi entrevista le pregunto a C. por lo que ha pasado. "Ha sido G."... G. viene a vernos. Ha sido su primer encuentro con nosotros.

G. acaba de tener un grave accidente de coche mientras estaba de vacaciones en un país bastante lejano, a los pocos días a llegar allí. Con su bebé de pocos meses. Sin hablar el idioma. Sin red afectiva de apoyo salvo su pareja que también viajaba en el coche. Vuelven a casa vivos, que al parecer no es poco, con daños visibles en sus cuerpos, salvo el bebé al que aparentemente no le ha pasado nada. Llegan con daños que no soy capaz de medir en trascendencia pero desde luego con un daño emocional intenso. Daño por lo que ha sido realmente. Por lo que podía haber sido. Por lo que no sabemos si será. Estrés postraumático lo llaman. Normal, ante una situación anormal. Pequeños o grandes accidentes emocionales que G. ha tenido que ir sumando a sus espaldas en los últimos años. Situaciones que requieren de tiempo para ser asimiladas. Que requieren de apoyo. Que demandan toda nuestra capacidad de ver lo positivo, en medio de tantas cosas negativas.

VALENTIA: A E. le dijeron que tenía una bomba de tiempo en su cabeza y valientemente decidió que había que desactivarla a pesar de los riesgos que eso implicaba y que todos conocíamos. Desenredar las venas que en tu cabeza han decidido enredarse requiere de grandes dosis de sabiduría, serenidad y valentía. Y E las tiene, las tres aunque, como todos, unos ratos más que otros. Esta semana comenzaba así, con ella apostando por vivir, por bien vivir. Nuestros corazones latiendo a su compás. Todo fue bien, los sabios doctores dicen que están desenredadas, y su evolución de estos días ha sido muy favorable, tanto, que E está en casa y ayer la hemos ido a ver. Se ve bien. Ella también ha sido desde niña, un ser muy resiliente.


INSEGURIDAD: Y, claro, está H. que vive conmigo y esta semana se ha sumado a mis tormentas. Ella que es la más significativa. La que está creciendo y aprendiendo. En quien tengo que serenar mareas, calmar daños, ofrecer herramientas. Su corazón tan intenso se enfrenta a todas las batallas (relacionales) dándolas por perdidas. Sintiéndose una víctima. Doliéndose en sus miedos. Y yo, que la sé fuerte, sin embargo tengo que aprender a ir despacio, porque ella es un león herido que siempre se defiende de su fragilidad. Sabe que está tocada. Y sabe también que ha de protegerse para no estar muerta, así que saca su furia y no deja que calme sus heridas, que son pequeñitas, pero aún así le recuerdan que pueden llegar a ser mayores. 

De terapeuta sí, desde que amanece el día hasta que se oculta el sol. Y estoy cansada, tratando de mantener la calma y atender cada cosa en su momento. Y dándole a cada una su espacio. 

Sin pretenderlo, acabando la semana, me encontré con esto que me parece un buen material para trabajar emociones con niños. Y, porque no, con adultos!



2 comentarios:

  1. Descansa y Un abrazo muy fuerte.

    Me parece un material muy interesante para nosotras. Gracias por sugerirlo.
    Itsaso

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    1. Gracias! y sí me apreció un material útil para trabajar con lo que sentimos, con como reconocerlo, cuidarlo, transformarlo y, también, para mejorar la empatía con las emociones que tienen otros. Además nos puede dar pistas de nuevas actividades. Será útil sin duda y bienvenido sea :-)

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