domingo, 11 de agosto de 2013

DORMIR

No hay muchos nombres de mujer que empiecen por H. Mi hija tiene uno de ellos pero hay otros.

Hay otros como el de H. que tiene un nombre precioso y una historia dolorosa. No en balde le han reconocido el estatuto de refugiado y me alegro de ello. Lo merece sí, como muchos otros a quienes se lo han denegado, con parecidos desgraciados méritos. Pero esa como siempre, es otra historia.

La conocí hace meses cuando no dejaba de llorar. Lloraba con angustia aunque sus circunstancias eran otras y la amenaza había cesado. Estrés post-traumático. Que fácil de decir, que duro de vivir. Lloraba porque la emoción cubría los recuerdos y no la dejaba articular el pensamiento. Y esa congoja era inhabilitante para lo que nos pedía. Pedía lo que sabía necesitaba, la forma de cubrir sus necesidades básicas y ese apoyo que sólo podía ser puntual necesitaba que ella se recuperara de lo que no nos pedía, de lo que creía la atormentaría para siempre. Sin embargo tenía que sobrevivir a su historia y sus circunstancias. Resurgir de las cenizas. Seguir.

La última vez que la vi, la semana pasada, no paraba de sonreír. Ha sido un proceso, llevamos meses trabajando y han sido muchas las cosas que han influido en su mejoría. Yo sólo soy parte de ese conjunto, pero me hace feliz ser copartícipe de esos avances.

Cuando la conocí una de las cosas que le agobiaban era que no dormía. Sólo podía hacerlo durante 2-3 horas cada noche. Dormía poco y mal. Al dormir, volvían las pesadillas. Tenía tantos recuerdos dolorosos, y los sentía de forma tan vívida  que re-experimentaba el terror de lo vivido cada noche. Y entonces no descansaba, dormir la angustiaba. Si no duermes ¿Cuándo descansas, cuándo repones fuerzas, cuándo te recuperas?. Más, cuando ni siquiera te atreves a encender la luz para que no se den cuenta de tu infierno quienes duermen contigo. Me dice ahora que duerme el doble, pero que sobretodo duerme bien, descansa, las pesadillas no aparecen ya en el discurso. Me siento bien porque la veo sentirse bien.

Y pienso en ello, en la importancia de un sueño sosegado, no sólo por ella sino también por mi. Por nosotras, por mis noches con H., mi hija.



Ha vuelto sana y feliz del campamento. Y el echarnos de menos es una de las cosas que nos invita al colecho, uno de los temas polémicos de la maternidad. Uno de aquellos en los que he cambiado de opinión tras ser madre. Yo creía y creo que cada persona necesita un espacio físico y emocional; y creía y creo que hay que educar a los hijos en la autonomía. Siempre me pareció que aquellos padres que mantenían a sus hijos en sus camas por períodos prolongados no favorecían dichos procesos. Observaba el hecho y opinaba sobre sus consecuencias. Hoy en día, por experiencia, creo en sus beneficios.

H. y yo no hacemos colecho siempre pero sí a veces, a veces en su habitación, a veces en la mía, casi siempre vinculado a situaciones que nos vuelven frágiles y en las que necesitamos sentir más cerca la presencia física y emocional de la otra (enfermedades, ausencias, broncas, días malos y días buenos que nos desbordan en emotividad....). Hacemos colecho y nos parece bien, lo disfrutamos.

En estos días me sorprendía que pudiéramos hacerlo toda la noche porque no siempre ha sido así. No sé en qué momento ha dejado de suceder pero me he dado cuenta de que H. ha dejado de dar patadas. H. siempre ha dormido bien. Nunca ha tenido pesadillas pero se movía mucho y si había alguien a su lado lo pateaba hasta echarlo de la cama.

Y entonces pienso en todos esos fantasmas que se aplacan y dejan de venir a visitarnos cada vez que bajamos la guardia. Pienso en lo duro que es vivir en estado de alerta, defenderte de cualquier contacto porque temes o te inquietan otras presencias. 

Me alegro de ver que H. duerme tranquila y me abraza. Me alegro de compartir su lecho y que pueda compartir el mio. Me alegro de su conquistada serenidad y de su reposo. Creo que si existe un perjuicio en el colecho, nunca superará los beneficios que aporta a un niño que necesita ser arropado.  Y yo que utilicé siempre el verbo arropar en sentido metafórico, ahora también lo utilizo en sentido literal.


sábado, 3 de agosto de 2013

EL PRIMERO

Soy consciente del primer abrazo que dí a mi hija. 

Fue un abrazo inesperado, porque esperaba otro protocolo de encuentro. 

Bajé de un autobús y entré al patio de una casa que me recordaba las de mi infancia. 

Una de las personas de la organización me preguntó su nombre. Pensé que era curiosidad, aún no descendían del bus el resto de familias. Se lo dije y él lo repitió en voz alta. Entonces ella salió a mi encuentro, con los brazos abiertos, sonriendo. 

Desdibujada quedaba la niña de la asignación. Aquella que desde su enfado ya daba cuentas de la intensidad con la que vivía. H. sonreía al ir a mi encuentro. Venía hacia mí con los brazos abiertos. Realmente fue todo más sencillo de lo que esperaba.

Un día como hoy sí. En unas horas, hace ya seis años. Y aprovecho el silencio de la mañana para escribirlo.

Sentí su abrazo y la abracé. Un abrazo que nacía de la nada, porque nada eramos entonces. Hoy ya somos. Hace tiempo que somos. Una familia, sí, eso somos. Una familia típica o atípica según con quien hables, porque en la vida todo es relativo y depende de tu punto de partida. 


 


Dicen que su nombre significa "presente" o "regalo" y estoy segura de que lo es. 

Feliz Aniversario pequeña. Mi pequeña Niña Bonita



*Cuento infantil de la escritora brasileña Ana María Machado al que pertenece esta ilustración de Rosana Faría en la impresión de Ediciones Ekaré.